lunes, 18 de agosto de 2014

Humedales Maldito pantano

Humedales

Maldito pantano

TAPA — POR  EL 15/08/2014 14:23 
Hasta hace poco, en todo el mundo se los combatía y eran sinónimo de las peores pestes, a pesar de que son sitios de reserva y purificación de agua, que amortiguan inundaciones y mitigan los efectos del cambio climático. Hoy, se los revalorizó, y la Argentina discute en el Congreso Nacional proyectos para su preservación y manejo sustentable.
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Los humedales son un tipo de ecosistema que resulta estratégico, con suelos saturados por agua o, incluso, inundados durante períodos relativamente prolongados de tiempo.Foto: Irina Izaguirre.
Los humedales son un tipo de ecosistema que resulta estratégico, con suelos saturados por agua o, incluso, inundados durante períodos relativamente prolongados de tiempo.Foto: Irina Izaguirre.
Tal vez creemos que no los conocemos, pero raramente esto suceda. Están por todos lados, aunque todos juntos no llegan a ocupar ni el 10 por ciento de la superficie del planeta. Es posible hallarlos en las altas cumbres o en las llanuras, en zonas heladas o tropicales, en regiones casi desérticas y en vergeles paradisíacos. Y, lo más curioso, es que varían mucho su aspecto según el momento en que se los visita. Existen desde tiempos inmemoriales, gozaron de muy mala fama y se les achacaron las peores pestes. Recientemente, se los revalorizó y se busca recuperarlos de todo el daño recibido. Aún más, una convención internacional, conocida como Ramsar, se reúne con representantes de 168 países del mundo, entre ellos de la Argentina, para protegerlos.
Se trata de los humedales, esos particulares tipos de ecosistemas con suelos saturados por agua o, incluso, inundados durante períodos relativamente prolongados de tiempo, que resultan estratégicos. Unos 2.161 lugares de todo el mundo han sido reconocidos como “Sitios de importancia para la conservación de los humedales”; y de ese total, unos 21 están en la Argentina. Algunos de ellos son la reserva porteña Costanera Sur, los esteros del Iberá, en Corrientes, la laguna de los Pozuelos, en Jujuy, el Parque Nacional Laguna Blanca, en Neuquén o el Glaciar Vinciguerra y turberas asociadas, en Tierra del Fuego.
“Entre el tres y ocho por ciento de la superficie del planeta está ocupada por humedales, según distintas estimaciones. En la Argentina abarcan, aproximadamente, el 23 por ciento de su superficie. Más allá de cuántos sean, tenemos una amplia variedad ubicada en diferentes alturas, latitudes, longitudes y con diversos climas”, precisa Roberto Bó, responsable del Grupo de Investigación en Ecología de Humedales (GIEH) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (Exactas-UBA).
Recientemente, se acaban de hacer los últimos trazos de un proyecto muy esperado. “Por primera vez, se hizo una regionalización de humedales de la Argentina. Además de elaborar un mapa, se caracterizó cada una de las regiones y subregiones identificadas”, precisa Rubén Quintana, profesor del Departamento de Ecología, Genética y Evolución de Exactas-UBA. “El país fue dividido inicialmente en 10 regiones, algunas de las cuales a su vez fueron fragmentadas en subregiones. El número total de ellas es, en definitiva, 25, cuantifica Bó, y no deja de destacar: “Es clave saber qué tenemos, dónde lo tenemos y cómo lo tenemos”. Por eso, el próximo paso es hacer un inventario nacional detallado de todos los humedales. De algunos de ellos, como los que se ubican en el corredor fluvial Paraná-Paraguay, ya se lo ha elaborado dentro de un proyecto de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación.
Precisamente, esos sistemas de humedales alimentados por los ríos Paraná y Paraguay desbordan agua. En cambio, otros situados en la Puna o en la Patagonia son algo así como un oasis en el desierto. “En la cuenca del Paraná y del Plata sobra agua, pero a veces nos olvidamos de que las dos terceras partes de la superficie de la Argentina son áridas o semiáridas”, destaca Quintana.
En el 75 por ciento del territorio nacional, el agua es esquiva. Y los humedales permiten saciar la sed, aunque en algunos lugares sea sólo durante una parte del año. Tal es el caso de los ubicados en los Andes Centrales, que suelen congelarse en invierno, rodeados de suelos prácticamente desnudos. En verano, estos humedales son utilizados como sitios de pastoreo. Otro tanto ocurre en los mallines que convierten áreas de la estepa patagónica en praderas productivas, con agua que no proviene de lluvias sino del derretimiento de los hielos de la cordillera.
En el noroeste, centro oeste y sur de la Argentina, los humedales salpican de vida a no pocos páramos. “En estas regiones, los humedales constituyen parches en una matriz de paisaje terrestre, y si bien no suelen ser de gran extensión, presentan una gran importancia a nivel local y regional, ya que son los lugares donde se acumula el agua necesaria para consumo de las comunidades locales, desarrollo de actividades agropecuarias, recarga de acuíferos subterráneos y hábitat de vida silvestre. También, proveen vegetación para alimento de fauna silvestre y ganado, y paisajes de importancia para el turismo y la recreación”, subraya en su informe la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación.
Al sur de Santa Cruz y en Tierra del Fuego, con climas más húmedos, estos ecosistemas adquieren aspectos peculiares, como los turbales, que acumulan materia orgánica muerta (turba), y son clave para la regulación del clima, la hidrología y el sostenimiento de la biodiversidad.
Aunque todos ellos son considerados humedales y muchos se encuentran incluidos en sitios Ramsar, cada uno difiere en su aspecto. Las Lagunas Altoandinas y Puneñas de Catamarca son distintas al Glaciar Vinciguerra situado en latitudes australes, así también lo es la Bahía bonaerense de Samborombón. E incluso el mismo humedal no siempre muestra el mismo paisaje. “La Reserva Natural de Otamendi hoy se ve de una forma, y dentro de dos años puede ser de un modo totalmente diferente. Todo estará relacionado con el nivel que presenten las aguas”, observa Inés O’Farrell, vicedirectora del Instituto de Ecología, Genética y Evolución de Buenos Aires (IEGEBA). Ella, como parte del equipo de Limnología de Exactas, estudia este humedal desde hace quince años con muestreos en lagunas e imágenes satelitales, verificando sus transformaciones.
“En los años 1997-98, con el fenómeno climático de ‘El Niño’ se produjo una gran inundación con gran desarrollo de plantas flotantes. Las aguas eran muy claras con profuso desarrollo de aves, coipos y otros animales. En tanto, en el 2009, se registró una “Niña” tremenda. La laguna casi se seca, quedaba un relicto de ojo de agua, muy pocas aves, nada de plantas flotantes, ni mamíferos. Un cambio total”, compara O´Farrell, desde su laboratorio en la Ciudad Universitaria.
Vigía PAMPA2
Hoy, la laguna Grande de Otamendi y otros espejos de agua son vigilados las 24 horas. Cada cinco minutos, sensores meteorológicos y ambientales situados en boyas de diseño nacional envían información en tiempo real a un servidor del Proyecto Argentino de Monitoreo y Prospección de Ambientes Acuáticos (PAMPA2), a cargo del CONICET.
“Datos en vivo de la temperatura del aire y del agua, vientos, nivel hidrométrico, conductividad, sólidos suspendidos, entre otros, son registrados por sensores meteorológicos y ambientales ubicados en seis boyas en cinco lagunas de la Región Chacopampeana. El objetivo es monitorear a largo plazo los cuerpos de agua, que son muy buenos registradores de las modificaciones climáticas en general”, precisa Irina Izaguirre, coordinadora del nodo Exactas de esta iniciativa en la que participan siete instituciones nacionales.
Al ser sensibles a los efectos del clima, estos ecosistemas sirven como centinelas a nivel científico. “La Red GLEON (Global Lake Ecological Observatory Network) monitorea lagos de todo el mundo en forma continua desde hace tiempo, y el proyecto PAMPA2 estará integrado dentro de esta red internacional”, anticipa Izaguirre, directora del Departamento de Ecología, Genética y Evolución, profesora de Limnología en Exactas e investigadora del CONICET.
No sólo cuentan con esta información continua y estandarizada, registrada por los sensores, sino que una vez al mes los científicos recogen muestras de agua en esas lagunas y luego las analizan en el laboratorio. “Se toman muestras de fitoplancton y de zooplancton, y se realizan estudios fisicoquímicos de nutrientes, clorofila y carbono orgánico disuelto, entre otros”, puntualiza Izaguirre desde el laboratorio de Limnología. Allí también, escritorio por medio, Haydeé Pizarro, profesora de Ecología y Desarrollo en Exactas e investigadora del CONICET, estudia cómo afectan a estos cursos de agua ciertas actividades humanas. “En particular –puntualiza–, estoy trabajando en el efecto del glifosato, el herbicida más usado en el mundo para el cultivo de algunos granos, que a veces de forma intencional o accidental llega a estos cuerpos de agua y afecta su calidad”.
En los sistemas naturales Pizarro toma muestras, pero también ha creado sus propias “lagunas” artificiales en la porteña Ciudad Universitaria para hacer ensayos experimentales. ¿Qué impacto genera el glifosato? “Produce un enorme deterioro de la calidad del agua, pues aumenta muchísimo el fósforo”, subraya, y enseguida ejemplifica: “Muchas especies mueren, y otras se desarrollan mucho más, como algunas cianobacterias, que suelen aparecer en situaciones extremas o en cuestiones relacionadas con la contaminación. Estas cianobacterias se expanden más, y a la vez, pueden usar el glifosato como fuente de fósforo para su desarrollo”.
Una relación difícil
Desde hace milenios, el hombre viene haciendo uso de los humedales. Y el vínculo con estos sistemas ha tenido no pocas idas y vueltas. En ocasiones, aprovechó equilibradamente sus beneficios, otras veces los combatió, transformó o devastó. “Por ejemplo, se estima que en los EE.UU. se perdieron más de un 50% (87 millones de hectáreas) de sus humedales originales; los porcentajes podrían ser iguales o mayores para otros países”, grafica un informe oficial argentino. El delta del Mississippi, en Norteamérica, es un ejemplo de destrucción que siempre se muestra como caso testigo de lo que no se debe hacer. “Allí se llegó al extremo de eliminar la mayor parte de la llanura aluvial del río debido a los endicamientos realizados. Además, se construyeron muchas represas que obstaculizaron el paso de los sedimentos, con el consiguiente impacto sobre la dinámica de formación de islas en su delta. El deterioro económico, ecológico y social es tal que hoy la población pide su restauración”, observa Quintana, quien destaca la importancia de tener este modelo en cuenta para no afectar el Delta del Paraná. “La hidrovía, que implicó el dragado y rectificación de algunos tramos del río, aceleró la erosión de los albardones de las islas”, plantea.
Los humedales no son sistemas acuáticos, ni terrestres. Y esto ha costado entenderlo. “Suele creerse –sugiere Bó– que todo ambiente inundable es poco productivo, malo para la gente y hay que transformarlo. El principal problema que tenemos en la Argentina es que se compara a los humedales con los ambientes pampeanos y se los quiere homologar con ellos. Al convertirlo en un sistema terrestre se pierden las funciones del humedal”. Por ejemplo, si el Delta se aceptara tal como es, a todos nos iría mejor. “En el Paraná todos los años, en algún momento, el agua crece y, gracias a ello, es que se puede pescar mucho y bien. Cuando baja, se puede, por ejemplo, llevar vacas a engordar, aprovechando los nutrientes que ha traído el río y la alta productividad vegetal generada. Pero habría que hacerlo sólo entonces, y no necesariamente pretender que los animales pastoreen todo el año. Si se endica y no se permite el ingreso del agua en determinados momentos del año, poco a poco se perderá la fertilidad natural del suelo”, señala Bó.
Esta costumbre de trastocar los humedales viene de lejos, cuando su mala fama ayudaba a pretender llevarlos a “buen terreno”. “Los humedales fueron lugares marginales, asociados con mosquitos y pestes. Eran considerados zonas que se debían drenar para así convertirlos en áreas productivas a imagen y semejanza de las tierras agrícolas terrestres. De este modo se eliminan todos los bienes y servicios que de por sí brindan”, agrega Quintana, investigador del CONICET.
La lista de sus funciones es larguísima. Los humedales sirven como primera línea de defensa contra las tormentas, reducen el impacto de las olas; retienen sedimentos y nutrientes; mitigan los efectos del cambio climático. Algunas plantas de estos ecosistemas como Eichhornia spp. (jacinto de agua), Lemna spp. (lenteja de agua) y Azolla sp. (helecho de agua) son capaces de absorber y ”almacenar” metales pesados, como el hierro y el cobre, contenidos en las aguas residuales, según un documento de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación.
“Son –enumeran los especialistas– sitios de reserva y purificación de agua, amortiguan inundaciones, constituyen sumideros de carbono, numerosos peces los utilizan para cumplir allí parte del ciclo de su reproducción, además de ser el hábitat de distintas especies de aves”.
De hecho, la Convención Ramsar –por el nombre de la ciudad iraní donde se firmó en 1971–, “nació por la preocupación de aquellos científicos y naturalistas estudiosos de aves acuáticas, incluyendo a los cazadores de patos, que veían que los humedales estaban siendo degradados y disminuían así sus trofeos de caza. A lo largo de los años esta concepción tuvo un vuelco y hoy se pretende preservarlos por su importancia ecológica, social y económica”, remarca Quintana.
Próximos pasos
“La Convención sobre los Humedales (Ramsar) promueve la realización de inventarios, los cuales brindan información de base para conocer cómo funcionan estos ecosistemas y cuál es su estado de conservación”, especifica Laura Benzaquen, del Grupo de Trabajo de Recursos Acuáticos de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación.
En este sentido, Quintana resalta que “el primer mapa de regionalización –recientemente finalizado y a presentar en la Convención Ramsar– es una herramienta de gestión importante para ir al segundo paso, que es el inventario nacional de humedales”.
Por su parte, el científico Bó afirma: “Por suerte, hoy el tema de los humedales es más reconocido y más valorado que antes. Ahora se discute en el Senado de la Nación una propuesta de ley de presupuestos mínimos para su conservación. Esa ley tiene que ver con planificar y ordenar estos ecosistemas, y para ello se debe saber qué se tiene, cómo se lo tiene y dónde está”.
Dos legisladores nacionales de distintas corrientes políticas solicitaron a los científicos asesoramiento técnico para la elaboración de sendos proyectos. Uno es de la senadora Elsa Ruiz Díaz, del Frente para la Victoria, y el otro es del senador socialista Rubén Giustiniani. “Según pensamos, estas dos iniciativas se convertirán en una sola ley”, asevera Bó, uno de los especialistas consultados, al igual que Quintana, quien agrega: “Ambos proyectos proponen presupuestos mínimos, es decir, las consideraciones mínimas que todas las provincias deberían acordar para la preservación y el uso sustentable de los humedales. No sólo señala la cantidad de superficie a conservar sino también la forma para hacerlo, incluyendo medidas de manejo y restauración”.
Este marco legal, similar en la filosofía al de la ley de Glaciares o de Bosques, según Quintana, “es importante porque, ante un avance en la destrucción de un humedal, permite al ciudadano común hacer una presentación judicial basándose en los presupuestos mínimos”.
Olvidados, ignorados, combatidos, detestados, admirados, transformados, destruidos, codiciados, revalorizados; los humedales están vivos y cada vez más presentes en la agenda del mundo y de la Argentina. Se hicieron oír, aunque no hablan. Ocupan más lugar, a pesar de que algunos han desaparecido. Es que su historia dice más acerca de la humanidad que de ellos. Todo lo que la ciencia pueda descifrar de estos ecosistemas es poco; al lado de todo lo que los humedales revelan de nosotros mismos.

Regionalización

“El proyecto de regionalización ha sido financiado con fondos del programa ‘Humedales para el Futuro’ de la Convención Ramsar”, especifica Rubén Quintana, quien formó parte de esta iniciativa, a cargo de la Fundación Humedales, que contó con la participación de especialistas del Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental de la Universidad de San Martín y con la colaboración del GIEH de Exactas.

Convenio de Ramsar

“Las extensiones de marismas, pantanos y turberas, o superficies cubiertas de agua, sean éstas de régimen natural o artificial, permanentes o temporales, estancadas o corrientes, dulces, salobres o saladas, incluidas las extensiones de agua marina cuya profundidad en marea baja no exceda de seis metros”. Así define al humedal la Convención Internacional de Ramsar, un tratado intergubernamental para preservar estos ecosistemas, que presenta el siguiente balance:
Países contratantes: 168 (entre ellos, la Argentina desde el año 1992),
Sitios designados en todo el planeta: 2.161 (21 de ellos están en nuestro país),
Superficie total de humedales: 205.682.155 hectáreas del planeta (5.382.521 hectáreas están en la Argentina).
Fuente: Página oficial de la convención Ramsar.

martes, 12 de agosto de 2014

Ciudades e islas de calor

INTRODUCCIÓN

¿Se están poniendo más calientes las ciudades? A medida que las ciudades agregan calles, edificaciones, industrias, y gente, las temperaturas en la ciudad suben con respecto a sus entornos rurales, creando así una isla de calor. La temperatura en estas islas de calor urbanas pueden ser más altas. Con el incremento del desarrollo urbano, las islas de calor pueden aumentar en términos de su frecuencia y magnitud.Las islas de calor producen impactos que se extienden desde escalas locales hasta escalas globales, y realzan la importancia de la urbanización para el cambio del medio ambiente.

¿Qué es una isla urbana de calor?

Tanto el aire como la superficie de la ciudad pueden estar más calientes.
Isla de calor urbana es el nombre que se usa para describir el calor característico tanto de la atmósfera como de las superficies en las ciudades (o áreas urbanas) comparadas con sus entornos no urbanizados. La isla de calor es un ejemplo de modificación climática no intencional cuando la urbanización le cambia las características a la superficie y a la atmósfera de la tierra.

¿Cuáles son las características de las islas de calor?

El aire más caliente se encuentra en el centro de la ciudad.
Las isotermas, o líneas de igual temperatura, forman un patrón que es semejante al de una “isla” que sigue aproximadamente la forma de la región urbanizada, rodeada por zonas más frías. A menudo hay un aumento intenso de la temperatura del aire en la capa de dosel, en el límite entre áreas rurales y suburbanas, seguido por un aumento lento y a menudo variable hacia el núcleo de la ciudad donde ocurren las temperaturas más altas. Las islas de calor de la capa de perímetro muestran mucho menos variabilidad que los otros tipos de islas de calor, y un corte transversal muestra que su forma se parece a una simple cúpula o pluma, donde el aire más caliente es transportado con el viento fuera de la ciudad.
.Intensidad de la isla de calor
La intensidad de la isla de calor es una medida de la fuerza o magnitud de la isla de calor. Por la noche la intensidad de la isla de calor de la capa de dosel típicamente se encuentra en un rango de entre 1° y 3°C, pero bajo condiciones óptimas, intensidades de hasta 12°C han sido registradas. La IC es generalmente más definida durante el día cuando el fuerte calentamiento solar puede llevar a mayores diferencias de temperatura entre las superficies secas y aquellas mojadas, sombreadas o con vegetación.
Características de la superficie y la isla de calor
Superficies secas y oscuras absorben más luz solar.
El tipo de superficie es un factor importante en cuanto a los patrones espaciales de las capas de temperatura del aire superficial y de dosel en la ciudad. Las temperaturas son más altas en aquellas zonas con mayor densidad de construcción, y son más bajas cerca a parques o zonas más abiertas . Las temperaturas de la superficie son especialmente susceptibles a las condiciones de la superficie: durante el día las superficies secas y oscuras que absorben luz solar fuertemente se vuelven muy calientes, mientras que las superficies más claras y/o mojadas son mucho más frías. 
Forma temporal de la isla de calor
Todas las islas de calor se forman debido a las diferencias en las tasas de calentamiento y enfriamiento de las ciudades con relación a sus entornos.
Las tasas de calentamiento y enfriamiento afectan las islas de calor.
  • La intensidad de la isla de calor aumenta con el tiempo, partiendo desde la puesta del sol hasta un máximo entre un punto unas pocas horas después de la puesta del sol y las horas previas a la madrugada. Generalmente durante el día la intensidad de la IC es bastante débil, y a veces es negativa (una isla fría) en algunas partes de la ciudad donde altos edificios u otras estructuras proveen sombra extensa, y donde hay una carencia de calentamiento debido al almacenamiento de calor en los materiales de construcción.

¿Cómo se forman las islas de calor y como son controladas?

Varios factores contribuyen a la ocurrencia e intensidad de las islas de calor; estos incluyen:
  • clima
  • localización geográfica
  • hora del día y estación
  • forma de la ciudad
  • funciones de la ciudad
El viento y las nubes afectan la formación de islas de calor.
El clima, en particular el viento y las nubes, influyen en la formación de islas de calor. Las magnitudes de la isla de calor son mayores bajo condiciones climáticas calmadas y claras. A medida que los vientos aumentan, mezclan el aire y reducen la isla de calor. A medida que las nubes aumentan reducen el enfriamiento nocturno por radiación, y también reducen la isla de calor. Las variaciones estacionales de los patrones climáticos afectan la frecuencia y la magnitud de la isla de calor.
La geografía influencia el clima.
La localización geográfica influye sobre el clima y la topografía de la zona, así como sobre las características de los alrededores rurales de la ciudad. Las influencias climáticas regionales o locales, tales como los sistemas locales de vientos, pueden afectar las islas de calor; por ejemplo, las ciudades costeras pueden experimentar un enfriamiento de las temperaturas urbanas durante el verano cuando las temperaturas de la superficie del océano están mas frías que las de la tierra y el viento sopla hacia tierra firme. Donde las ciudades están rodeadas por superficies rurales mojadas, el enfriamiento más lento de estas superficies puede reducir las magnitudes de la isla de calor, especialmente en climas cálidos y húmedos.5
Las estaciones cambian las islas de calor.
Hora del día/estación: Los impactos diurnos fueron discutidos en la sección llamada “Forma temporal de la isla de calor.” Las estaciones juegan un papel también. Las islas de calor de ciudades localizadas en latitudes medias, generalmente son más fuertes en el verano o en el invierno. En climas tropicales, la estación seca puede favorecer grandes magnitudes de las islas de calor.
La forma de la ciudad incluye los materiales usados en la construcción, las características de las superficies de la ciudad, tales como las dimensiones y espaciamiento de las edificaciones, las propiedades térmicas, y la cantidad de espacios verdes. La formación de islas de calor es favorecida por
Ciertas estructuras y geometría de las ciudades favorecen a las islas de calor.
  • materiales de construcción relativamente densos que son lentos en calentarse y enfriarse, y almacenan una cantidad de energía
  • el reemplazo de las superficies naturales por superficies impermeables o a prueba de agua, lo que induce un área urbana más seca, en donde hay menos agua disponible para la evaporación, lo cual contrarresta el calentamiento del aire
  • una menor capacidad de las superficies de reverberar la radiación solar; las superficies oscuras, tales como las carreteras de asfalto, absorben más luz solar y se ponen mucho más calientes que las superficies de color claro.
La actividad humana puede también incrementar las temperaturas de las islas de calor.
Las funciones de la ciudad regulan la emisión de contaminantes a la atmósfera urbana, el calor por uso de energía, y el uso de agua en irrigación. El calor antropogénico, o calor generado por las actividades humanas, principalmente la combustión de combustibles fósiles, puede ser importante para la formación de islas de calor. El calentamiento antropogénico generalmente tiene mayor impacto durante la estación de invierno de los climas fríos, en el núcleo del centro de la ciudad. En casos selectos, ciudades construidas en forma muy densa pueden presentar calentamiento antropogénico severo durante la época de verano, como consecuencia de un alto uso de energía para enfriar las edificaciones.

¿Cómo afectan a las ciudades las islas de calor?

Las islas de calor tienen rangos de impactos para los habitantes de ciudad, incluyendo
  • confort humano: positivo (invierno), negativo (verano)
  • uso de energía: positivo (invierno), negativo (verano)
  • uso de agua: negativo
  • actividad biológica (por ejemplo, la duración de la temporada de cultivo): positivo
  • hielo y nieve: positivo
Las islas de calor podrían impactar a la salud humana.
Las islas de calor del verano pueden aumentar la demanda de energía para aire acondicionado, lo cual libera más calor al aire y también gases de efecto invernadero, degradando así la calidad del aire local. Las temperaturas urbanas más elevadas durante el día pueden aumentar la formación del smog urbano, puesto que tanto las emisiones de contaminantes precursores, como las tasas de reacciones fotoquímicas de la atmósfera, aumentan. Las islas de calor también pueden afectar en forma directa la salud humana exacerbando el estrés por calor durante las oleadas de calor, especialmente en zonas temperadas, y creando las condiciones adecuadas para que se distribuyan las enfermedades transmitidas por vectores.

Soluciones biológicas para aliviar las islas urbanas de calor

Una solución: tejados y pavimento de colores claros.
La comprensión de los mecanismos físicos subyacentes a la formación de las islas de calor provee la base para el desarrollo de controles que pueden promover o aliviar las islas de calor, pero en algunos casos la aplicación de esos controles es difícil. Por ejemplo, el cambio extenso en la geometría de la superficie urbana a través del espaciamiento de las edificaciones, generalmente no es factible. Sin embargo, otras estrategias son posibles -por ejemplo, usar tejados y pavimentos blancos o de otro color claro.
Una solución de tipo biológico es usar vegetación para reducir el calor urbano. La vegetación provee importantes efectos de sombra al igual que enfriamiento a través de la evaporación. Algunos ejemplos incluyen:
  • Sembrar árboles alrededor de edificaciones individuales para sombrear las superficies urbanas y así reducir su temperatura, especialmente aquella de los tejados y de las paredes de los costados sur oriental y occidental. La reducción en la temperatura de la superficie también conduce a reducciones substanciales en el uso de energía para el aire acondicionado.
Otras soluciones son árboles y espacios verdes.
  • Los árboles también pueden ser usados para sombrear calles y estacionamientos, los cuales de otra manera se pondrían muy calientes durante el día y almacenarían calor para luego liberarlo durante la noche. El sombreado de vehículos en estacionamientos puede reducir la emisión de vapores de gasolina, lo cual contribuye a incrementar los niveles de ozono urbano.
  • Los “techos verdes” utilizan vegetación viva en los tejados para reducir la acumulación de calor de las edificaciones.Un techo verde es mucho más frío que un tejado tradicional puesto que una fracción significativa de la energía absorbida es usada para evaporar agua en vez de calentar el techo y el aire encima de éste.
  • La creación de espacios verdes tales como parques puede ser usada para ayudar al enfriamiento del  barrio, y un “reverdecimiento” general de la ciudad puede llevar a una atmósfera urbana más fresca.
Existe un beneficio de costo en el use de soluciones verdes.
Estas estrategias pueden proporcionar beneficios de costos. El dueño de una edificación se beneficia con menores costos de consumo de energía. Los residentes en la dirección del viento mas allá de la zona urbana se benefician con mejoras en la calidad del aire porque:
  • los contaminantes se depositan en los árboles
  • se reducen el gas de efecto invernadero y las emisiones contaminantes provenientes del uso del aire acondicionado
  • se disminuyen las emisiones de compuestos orgánicos volátiles que contribuyen al smog urbano
  • se reduce potencialmente la tasa de formación de ozono
¿Afectan el clima global las islas urbanas de calor?
Las islas urbanas de calor por sí mismas no son responsables del calentamiento global porque son fenómenos de pequeña escala y cubren tan solo una minúscula fracción de la superficie de la tierra. Sin embargo, hay algunas conexiones urbano-globales dignas de mencionar:
Las islas de calor en zonas urbanas son modelos para la investigación del cambio climático.
  1. Aproximadamente la mitad de la población del mundo vive actualmente en ciudades, y se espera que esta cantidad aumente al 61% para el 2030.La alta tasa de urbanización, especialmente en los trópicos, implica que un futuro, un número de personas cada vez mayor se verá expuesto a los impactos que resultan de la isla de calor.
  2. Las zonas urbanas han sido históricamente el lugar de algunas de las estaciones de observación más tempranas usadas para construir el récord global de temperatura de la superficie, utilizado para documentar cambios climáticos de larga escala. A lo largo del tiempo, los efectos de la urbanización, y en consecuencia las islas de calor , pueden llevar a algo de “contaminación” del récord de temperatura. 
  3. La mayoría de las emisiones de gas de efecto invernadero que contribuyen al cambio climático global, provienen de zonas urbanas. Por consiguiente estas emisiones contribuyen a las condiciones del tiempo a escala local y global, y también a la modificación del clima. Una mayor urbanización aumentará las emisiones que se originan en las ciudades. La investigación de los impactos de mayor escala de las emisiones urbanas es considerada como una importante área futura de investigación.
  4. Las modificaciones climáticas que han ocurrido en las grandes ciudades en el último siglo muestran similitudes en términos de las tasas y magnitud esperadas con respecto a los cambios climáticos proyectados hacia el futuro. Por lo tanto, las ciudades pueden servir como modelo para evaluar los impactos del cambio climático así como las estrategias de adaptación al mismo, tanto a escala local como global.
Estos factores subrayan la importancia de los climas urbanos no solo para el ambiente local sino también para el estado del medio ambiente en el planeta en su totalidad.
Fuente: Biociencia.